Desde la copa del árbol más alto tomo una gomera y la cargo con una semilla del arbol más alto. Estiro mis brazos con todas mis fuerzas y la lanzo allá lejos donde los campos son un catálogo de alfombras y el verde es tan regular que no se distinguen los pastos de los arbustos. Corro y corro y a medida que corro ese árbol va creciendo, empezando de una ínfima plantita hasta desarrollar un tronco, ramas y una altura suficiente para apreciar los catálogos kalpakian. Pero a veces el tiempo, maestro y señor de toda esta obra teatral, no fue suficiente para que el acacia wannabe esté no más que en su adolescente etapa de plantita de balcón que derribo de un zapatazo.
¿No es así de bitchy el tiempo en nuestro día a día? Planeando proyectos de acá a dios sabe cuándo para que cuando dios finalmente se entera y se hace la hora, todo esté en pañales, a toda galletita le falte un golpe de horno, a todo jefe ansioso le falte un golpe de su empleado al grito de "¡no hay manera de hacer todo esto en tan poco tiempo y con tan pocos recursos!". Y son esos proyectos los que estaban destinados a darnos una mejor perspectiva de hacia donde ir, pero tan mal paridos están que no llegan a ser ni una impotente espada del augurio (que por cierto siempre le dije espada de laugurio), dejándonos ver nada más que lo evidente: Creemos que estamos intentando superarnos, pero no somos más que perros corriéndose la cola.