Llegó un momento en que se les acabó la calle porque habían llegado a la vera del río. A Salmendro, el tiempo desde que se encontraron en el tren hasta este preciso instante se le había pasado volando. Entre los tanto tiempo, en qué andás, pasando por los tan grande está hasta los ya más directos tenemos que juntarnos a tomar algo, habían caminado todo a lo largo del centro, pasado la plaza frente a la catedral con sus respectivos comentarios sobre lo linda que quedó la torre después de la restauración. Y ahora que estaban ahí, él no sólo no se sorprendió sinó que respondió con una valentía sorprendente cuando Lebustina le preguntó si vivía por ahí. Le dijo que no, que para ir a su casa tendría que haber doblado varias cuadras antes, pero siguió para poder charlar un rato más con ella.
Lebustina largó una risa fresca que lo hizo sentir un poco estúpido, pero inmediatamente lo miró a los ojos y le dijo que ella también vivía un par de cuadras antes.