El semáforo se pone en rojo y el hombre detiene su auto. Su mujer en el asiento del acompañante mira por la ventana. No hablan. El sol se cuela por el parabrisas mientras el hombre recuerda que unos años atrás aprovechaban los días así para pasear por la costanera. Caminaban al sol y hasta jugaban alguna carrerita para ver quien llegaba antes a la heladería, se sentaban en un banquito a la sombra de una lindo sauce y charlaban por horas.
Su mente volvió al presente cuando unas palomas se acercaron al auto.
-Oh, no-.
Las aves aterrizaron justo en su capot, eran cuatro o cinco, los nervios no lo dejaron contarlas. Lo miraron y entre todas empezaron:
-Eh, loco tené uno alpiste pa la bandada-.
-Vamo viejo copate, liberá unos alpiste!-
-Dale papá- decía con énfasis la más grandota, -habilitá las semilla!-.
Cuando el hombre amaga a sacar algunas semillas la mujer lo increpa de inmediato.
-¿Qué hacés Ricardo? ¡No se te ocurra darles nada!-
-Es que me cagan todo el capot sinó-.
Baja la ventanilla y tira el alpiste a la vereda al tiempo que las palomas se apuran a salir de arriba del auto para agarrarlo. El semáforo estaba en verde hace rato, pero a nadie se le ocurrió pedirle que arranque, ni mucho menos ayudarlo.
Poco tiempo después Ricardo se separó de su mujer.