Siempre que pienso algo gracioso para escribir me río en voz alta. Baja capacidad de internalización de pensamientos tengo, como si fuera una caja abierta, de cartón y todo. Nada de eso termina reflejado en el texto, por supuesto, dejarlo como uno lo imaginó en primera instancia es difícil. Fácil sería anotarlo en el momento si llevara encima algo para escribir, pero siempre me olvido. Recuerdo que una vez, durante un asado, me inspiré tanto que me puse a escribir ahí nomás arriba del vacío. Lleno de orgullo llevé el cacho de carne a enmarcar y tan apurado estaba que dejé el auto abierto. Cerrado por reparaciones, decía en la puerta el local y cuando me di vuelta me di cuenta que obviamente no estaba mi vehículo, que ni siquiera había terminado de pagar. Cobrar el seguro fue lo de menos. Más que nada porque ya me había hecho famoso como el artista de los asados, así que la gente de la compañía me ayudó un poco. Mucho mejor hubiera sido conseguir papel y birome de entrada. Salida con amigos es algo que ni recuerdo, ya no me invitan a comer nunca.