Un día nos mandaron a pintar el cuarto de servicio que por ese entonces lo ocupaba Marta, paraguaya, medio malhumorada, pero buena mina. Juntamos pinceles, espátulas, papel de diario para el piso y un más que adecuado equipo de música y nos pusimos a trabajar. La humedad ya había hecho la mitad del trabajo por nosotros, ya que la pintura vieja estaba toda descascarada. Provocó ésta situación que nos sorprendiéramos al notar que la poca pintura que quedaba estaba reticente a dejar su lugar. No voy a abusar de hipérboles para crear la falacia de que desafilamos espátula tras espátula para lograr nuestro cometido; todo lo contrario, al cabo de unas pocas horas nuestras manos estaban doloridas y nuestros genitales colmados. Decidimos encarar la tarea desde otro punto de vista. Tomamos un aerosol plateado y dejamos una nota que ocupaba toda la pared:
Marta, ya vamos a terminar de pintar el cuarto.
Dos años quedó así. Un tiempo más tarde Marta nos dejó. Un tiempo más tarde nos mudamos. Y un tiempo más reciente empezó a trabajar en lo de mi hermano. El otro día pasé por ahí, me saludó y me preparó un té. No hurt feelings por suerte.