-Me duele en el alma decírtelo, pero...- Dudó. Sabía la importancia que iba a tener en Gerardo la frase que estaba a punto de pronunciar. -No vas a poder hacer de piñata en el cumpleaños-. -¿Qué?- Fue un qué entrecortado el de Gerardo, casi fugitivo. -Pero vos sabés cómo se divierten los chicos-, atinó a decir. Una lágrima empezaba a asomar incontenible y sentía que el recuerdo de los palos en su cabeza ya se estaba borrando.
Se sentó. Sabía que en ese momento su vida estaba cambiando. Recordó aquella vez de su adolescencia que la cafeína consumida en el recreo hizo efecto en la cabeza equivocada. Pasar al frente a dar lección. La hoja en la mano a la altura de la cintura para disimular, ocultar. La risa de los compañeros y compañeras, la maestra echándolo de clase. Vergonzoso.
No iba a volver a ocurrir, iba a tomar esta nueva situación con altura.
-No te tires-, le dijo minutos más tarde el portero que había tenido que subir a la terraza alertado por los vecinos. -Me enteré, pero pensá que hay muchas cosas por las cuales luchar-. Sin saber por qué, esa frase insípida mechó en Gerardo. Bajó de la cornisa y decidió ir en busca de su destino. La demanda laboral estaba complicada y más para alguien tan especializado como él. Igualmente consiguió algunos laburos temporales. Estuvo un tiempo como puchigbol en un gimnasio, luego y gracias a los contactos en el rubro lo llamó un señor que fabricaba bates de béisbol, pero como no fabricaba pelotas escuchó que quizá Gerardo podría ayudar a testearlos. Logró ocupar su tiempo y su cabeza, sin embargo, cada vez que veía a los niños jugar a la manteada o hacer una montonera se le hacía un nudo en la garganta.
Tiempo después, consiguió trabajo en una automotriz. Era algo muy importante, el departamento de seguridad de Masa Voitures era uno de los más exigentes del país, pero gracias a sus habilidades había logrado conseguir el puesto de Crash Test Dumy. Le presentaron a sus compañeros e inmediatamente empezaron sus labores. La primer prueba medía la fragilidad del parabrisas. De a dos los subían a un auto que chocaba a gran velocidad contra un muro. -Es muy difícil-, decía cada uno de los que la realizaban. Cuando llegó el turno de Gerardo lo juntaron con Caetana, una chica también nueva con pinta de simpática. Se estrolaron contra el muro casi a la vez. Cuando se levantaron y se sacudieron los vidrios de los hombros y el pelo se dieron cuenta que había resultado más fácil que lo que esperaban. Ella lo miró y le dijo con una sonrisa, -yo empecé como piñata-.
Ahora viven juntos. Tienen una casa con un amplio jardín y un rothwailer. Y cada año festejan el cumpleaños de sus hijos con dos piñatas.