Primer destino
Llegué a Montañita un domingo a las 11 de la noche. El bus desde Guayaquil había tardado más de lo previsto así que el Negro me despertó de repente diciendome "nos tenemos que bajar aca, esto es Montañita". Así dormido pisé la calle con la mochila gigante, cansado y todavía con pantalones largos a pesar del calor. Un argentino que viajaba con nosotros y conocía nos dijo: "doblen a la derecha, ahí están los hostales". Esa calle a la derecha era la principal y una de las más lindas que vi. No tendría más de 5 cuadras y a ambos lados estaba lleno de bares y hostales. Todos muy pintorescos, de madera y techos de paja. Algunos eran grandes, de varios pisos, pero igual se las arreglaban para mantener esas características. Por la calle estaba lleno de gente paseando, vendedores ambulantes y todo el mundo se saludaba y se conocía. De hecho más tarde terminaban todos en alguno de los dos bares del lugar que estaban frente a la playa, los turistas e inclusive la gente de los locales, el pibe que te acababa de vender una hamburguesa, el Chivo, dueño del hostal sin nombre donde nos hospedamos. Eso es más o menos la síntesis de Montañita. Un lugar donde la buena onda es casi palpable.